| 
      Ciclo
                      de conferencias
 Arte
            y acción
 Entre
        la perfomance
 y el objeto, 1949-1979
 Comisario:
 Paul Schimmel
 MACBA, enero de 1999
 
 
 
 Transcripcion interna,
 no autorizada ni por el autor
 ni por la entidad
         
         |  | 
      El híbrido de Lygia
           ClarkSuely Rolnik
 
 "¿Cuántos seres soy yo para ir a buscar siempre en el otro
ser que me habita las realidades de las contradicciones? ¿Cuántas
          alegrías y dolores ha ofrecido mi cuerpo al otro ser que está secretamente
          dentro de mi yo, abriéndose como una gigantesca coliflor? En
          mi vientre habita un pájaro. en mi pecho, un león. Éste
          no para de pasearse de acá para allá. El pájaro
          grazna, parca y es sacrificado. El huevo sigue envolviéndolo,
          como una mortaja, pero ya es el inicio de otro pájaro que nace
          inmediatamente después de la muerte. No llega a haber intervalo.
        Es el festín de la vida y de la muerte entrelazadas."2
 Nos habitan pájaros y leones, dice Lvgia, son nuestro cuerpo-bicho.³ Cuerpo-vibrátil,
          sensible a los efectos del agitado movimiento de los flujos ambientales
          que nos atraviesan. Cuerpo-huevo, en el que germinan unos estados intensivos
          desconocidos provocados por las nuevas composiciones que los flujos,
          paseándose de acá para allá, van haciendo y deshaciendo.
          De vez en cuando, la germinación se acumula hasta el punto de
          que el cuerpo ya no consigue expresarse en su figura actual. Es la
          inquietud: el bicho grazna, patea y acaba siendo sacrificado; su forma
          se convierte en su mortaja. Si nos dejamos atrapar, es el inicio de
          otro cuerpo que nace inmediatamente después de la muerte. Pero ¿qué es exactamente lo que nos atraparía?
          La tensión entre la figura actual del cuerpo-bicho que insiste
          por fuerza de costumbre, y los estados intensivos que se producen en él
          irreversiblemente, exigiendo la creación de una nueva figura.
          Dejarnos atrapar por el festín de la vida y de la muerte entrelazadas:
          lo trágico. La capacidad para habitar esta tensión puede
          constituir un criterio para distinguir modos de subjetivación.
          Un criterio ético, puesto que está fundado sobre la expansión
          de la vida, ya que ésta se da en la producción de diferencias
          y en su afirmación en nuevas formas de existencia. El arte es el campo
            privilegiado del enfrentamiento de lo trágico.
          Un modo artístico de subjetivación se reconoce por su
          especial intimidad con el entrelazamiento de la vida y la muerte. El
          artista consigue mantenerse a la escucha de las diferencias intensivas
          que vibran en su cuerpo-bicho y, dejándose atrapar por la agonía
          de su pateo, se entrega al festín del sacrificio. Entonces,
          como una coliflor gigantesca, se abre su cuerpo-huevo, y de él
          nacerá, con su obra, otro yo hasta entonces larvario. El artista y la
            obra se hacen simultáneamente, en una inagotable
          heterogénesis. A través de la creación, el artista
          planta cara al malestar de la muerte de su yo actual, causado por la
          presión de los yo larvarios que se agitan en su cuerpo. Este
          enfrentamiento, el artista lo realiza en la materialidad de su trabajo: ahí se inscriben las marcas de aquel singular encuentro con
          el festín trágico. Al ser marcas de esta experiencia,
          llevan la posibilidad de su transmisión: así aumentan
          en la subjetividad del receptor las posibilidades de realizar a su
          modo este encuentro, de acercarse a su cuerpo-vibrátil y exponerse
          a las exigencias de creación de este cuerpo. Así, el arte es una reserva ecológica de las especies
          invisibles que pueblan nuestro cuerpo-bicho y su generosa vida germinativa;
          manantial de oxígeno para el enfrentamiento con lo trágico.
          La permeabilidad entre esta reserva de heterogénesis y el resto
          del planeta varia según los contextos históricos. Su
          grado determina en qué medida el planeta puede respirar los
          aires de la reserva. En el mundo contemporáneo, nos encontramos ante una situación
          paradójica. Por una parte, el arte constituye un ámbito
          bien delimitado, cosa que da la impresión de un cierto desvanecimiento
          del cuerpo-vibrátil en el resto del planeta. Se instaura un
          tipo de subjetividad que tiende a desconocer los estados intensivos
          y a orientarse únicamente por la dimensión formal. Contribuye
          en gran medida a ello el hecho de que el mercado se haya convertido
          actualmente en el principal -sino único- dispositivo de reconocimiento
          social. Esto tiene como efecto una orientación cada vez más
          pronunciada de las subjetividades hacia formas supuestamente valorables
          en función de este reconocimiento, y cada vez menos en función
          de la eficacia de las formas en cuanto vehículos de sentido
          para las diferencias que se van produciendo. Los monopolios de los
          medios de comunicación contribuyen de manera especial a la constitución
          de este modo menos experimental y más mercadológico de
          subjetivación. En sus arterias electrónicas navegan,
          por todo el planeta, imágenes de formas de existencia glamorosas,
          que parecen planear, inamovibles, más allá de las turbulencias
          de lo vivo. La seducción de estas figuras moviliza una búsqueda
          frenética de identificación, siempre fracasada, pero
          siempre recomenzada, puesto que se trata de montajes imaginarios. Por otra parte,
            sin embargo, nuestro cuerpo-bicho patea más
          que nunca: las nuevas tecnologías de comunicación e información
          actúan de modo que cada individuo tiende a ser habitado permanentemente
          por flujos del planeta entero. Esta densificación de universos
          multiplica las hibridaciones y por consiguiente estimula el engendramiento
          de diferencias que vibran en el cuerpo y lo hacen graznar. Así,
          la disparidad entre la infinitud de la producción de diferencias
          y la finitud de las formas se exacerba cada vez más: entre el
          huevo y la mortaja no llega a haber siquiera un intervalo, tal como
          nos advertía Lygia ya en los años sesenta; actualmente,
          las formas son más efímeras que nunca. En otras palabras:
            muchos flujos, mucha hibridación, una producción
          de diferencia intensificada; pero, paradójicamente, poca escucha
          a este rumor, poca fluidez, un poder de experimentación debilitado.
          En este mundo de subjetividades mercadológicas, la permeabilidad
          entre el arte -lugar x' único lugar donde el graznido se oye
          como una llamada a la creación- y el resto del planeta tiende
          a ser mínima. Fuera del arte y del artista, cada graznido del
          bicho, cada muerte de una figura de lo humano, tiende a ser vivido
          como una amenaza de aniquilamiento total. Esta sensación puede
          provocar reacciones patológicas, y ahí entramos en otro ámbito
          muy distinto: el de la clínica. La disparidad entre
            el bicho y el hombre, reducida a oscilar entre la reserva ecológica del arte y el asilo en la clínica,
          ve cómo su poder disruptor se vuelve estéril. Al no encontrar
          vías de existencialización, las diferencias acaban siendo
          abortadas. Estética y ética se disocian: el proceso de
          creación experimental de la existencia se desactiva; la vida
          mengua. Es en este contexto
            donde se plantea la cuestión que, a mi
          entender, es el motor de la obra de Lygia Clark: incitar en el receptor
          el coraje de exponerse al graznar del bicho; así, el artista
          pasa a ser un "propositor" de las condiciones para este enfrentamiento.
          Lo que Lygia quiere es que el festín del entrelazamiento de
          la vida y la muerte salga de las fronteras del arte y se disemine en
          la existencia. Persigue soluciones para que el objeto en sí tenga
          el poder de promover este desconfinamiento. Aunque presente
            a lo largo de toda su obra, esta proposición
          es más fácilmente discernible a partir de la fase que
          se inicia en 1964, con Caminhando, momento en que Lygia va más
          lejos en su exploración del polo experimental del arte, en detrimento
          del polo narcísico/mercadológico. Fue en esta época
          cuando escribió cosas como ésta: "Aunque esta nueva
          proposición no sea ya considerada como obra de arte, hay que
          llevarla adelante (¿nueva modalidad de arte?)."5 Su pregunta
          se radicaliza y se explicita con mayor vigor. El sentido del objeto
          pasa a depender enteramente de la experimentación, lo cual impide
          que el objeto sea simplemente expuesto y que el receptor pueda con-sumirlo
          sin quedar afectado por este encuentro. El objeto pierde su autonomía, "es
          apenas una potencialidad"5' que será actualizada, o no,
          por el receptor. Lygia quiere alcanzar el punto mínimo de materialidad
          del objeto, allí donde no es sino la encarnación de la
          transmutación que se operó en su subjetividad, un punto
          donde, por esto mismo, el objeto alcanza su máxima potencia
          de contagio del receptor. Con los Objetos
            relacionais, su última obra, Lygia llega lo
          más cerca de este punto. Pequeñas bolsas de plástico
          o de tela llenas de aire, de agua, de arena o de poliestireno; tubos
          de caucho, rollos de cartón, trapos, medias, conchas, miel y
          otros muchos objetos inesperados se desparraman en el espacio poético
          que ella creó en una de las habitaciones de su apartamento,
          y al que dio el nombre de "consultorio". Son los elementos
          de un ritual iniciático que la autora instaura a lo largo de "sesiones" regulares
          con cada receptor. Pero, ¿a qué somos iniciados en su consultorio experimental?
          A la vivencia del desmontaje de nuestro perfil, de nuestra imagen corporal,
          para aventurarnos en la procesualidad hirviente de nuestro cuerpo-vibrátil
          sin imagen. El viaje hacia este más allá de la representación
          es tan intenso que Lygia, por prudencia, dejaba una piedrecita en la
          mano del receptor/paciente durante toda la sesión, para que,
          siguiendo el ejemplo de Pulgarcito, pudiera encontrar el camino de
          regreso. Regreso a lo familiar, lo conocido, lo doméstico; retorno
          a la forma, a la imagen, a lo humano: "la prueba de la realidad",
          llamaba Lygia a este aspecto de su ritual. Así, la iniciación que tenía lugar en el consultorio
          experimental de Lygia no tenía rigurosamente nada que ver con
          la expresión o 1a recuperación de uno mismo, ni con el
          descubrimiento de alguna supuesta unidad o interioridad en cuyo interior
          se ocultarían fantasías, primordiales o no, que se trataría
          de acercar a la consciencia. Al contrario, los Objetos relacionais
          nos llevan al cuerpo-huevo. Estos extraños objetos creados por
          Lvgia tienen el poder de hacernos diferir de nosotros mismos. La radicalización de la propuesta de Lygia va se anunciaba
          en el 7ícpaote. último ejemplar de la prestigiosa familia
          de los Bichos. Esta radicalización adquirió visibilidad
          en el puntapié que dio Mario Pedrosa a la obra cuando la vio
          por primera vez, en la alegría que sintió al poder "chutar" una
          obra de arte. El memorable gesto del crítico y amigo materializa
          el punto de arranque de un salto en la obra de Lygia, un salto que
          iba a llevarla a una región del arte cada vez más fronteriza,
          sobre todo en relación con el universo artístico de su época.
          Sobre su obra empieza a planear un misterio que se mantendrá durante
          los veinticuatro últimos años de su vida, e incluso después
          de su muerte. ¿El puntapié se lo dio Lygia al arte mismo? ¿Se
          quedó vacía como 'Se volvió loca? Doce años más tarde, al crear los Objetos relacionais,
          la misma Lygia Clark, en aquel momento incomprendida y marginalizada
          por el mundo del arte, aparece con una respuesta: se convertirá en
          psicoterapeuta. Los pocos críticos que, en aquel momento, todavía
          se aventuraban a pensar su obra tendieron a aceptar esta explicación
          (sin por ello poder calibrar el valor terapéutico de su trabajo).
          Así fue como se instauró la explicación oficial
          de la obra de Lygia Clark post-puntapié. En aquel momento,
            yo también me conformé con la respuesta,
          hasta el punto que, a petición de Lygia, emprendí una
          lectura psicoanalítica de sus sesiones con los Objetos relacionais,
          que yo trataba como una práctica clínica en la tesis
          de Psicología que defendí en una universidad de París.5
          Pero ahora ya no acepto tan fácilmente esta explicación
          según la cual Lygia se habría convertido en terapeuta.
          Y conste que no se trata de ningún prurito de ortodoxia. Al
          contrario, es porque me parece que el desafío que nos propone
          Lygia es precisamente el de convivir con la posición fronteriza
          en la que ella se había ido instalando poco a poco. Ella misma,
          en una entrevista, comenta así su propuesta con los Objetos
          relacionais: "Es un trabajo fronterizo, porque no se trata ni
          de psicoanálisis, ni de arte. Yo me quedo en la frontera, completamente
          sola."5 Actualmente, yo entendería de otro modo la demanda
          de Lygia: más que traerla hacia el mundo de la clínica,
          tal como hice en los años setenta, habría que ir a su
          encuentro, en la frontera. Aunque me parezca
            del todo pertinente utilizar las propuestas de Lygia en el trabajo
            clínico -cosa que, por otra parte, ella deseaba-,
          ya no pienso que haya habido una Lygia artista y otra terapeuta. Es
          más, creo que esta división atenúa la fuerza disruptiva
          de su obra. El puntapié, gesto de Lvgia que protagoniza Mario
          Pedrosa, no apuntaba al arte en sí, sino al confinamiento del
          arte en una disciplina autónoma que implica la cosificación
          del proceso creador. Lygia quería dislocar el objeto de su condición
          de fin a una condición de medio. El salto de Lygia, después
          de los Bichos, no la lleva hacia un más allá del arte,
          que se situaría en el interior de la clínica, sino más
          bien hacia una frontera donde se depura la cuestión que atraviesa
          el conjunto de su obra. Y esta depuración tendrá consecuencias
          tanto en el arte como en la clínica. La cuestión que Lygia materializa en su obra tiene el poder
          de arrancar la cerca que aísla el arte en cuanto reserva ecológica
          de enfrentamiento con lo trágico. Así, su obra acabó por
          llevar a hibridaciones del arre con otras prácticas. particularmente
          con la clínica; y no se trata de ninguna casualidad. Como ya
          hemos visto, la clínica nace exactamente en un contexto socio-cultural
          que obliga a callarse al graznido del bicho, enjaulándolo en
          el arte; fuera del arte, en los demás ámbitos de la vida
          social, este graznido tiende a ser vivido como un trauma. Es curioso
          constatar que Lygia llama "estado de arte" aquello que, en
          nosotros, escucha este graznido, y Gilles Deleuze llama "estado
          de clínica" aquello que, en nosotros, lo hace callar. El
          híbrido arte/clínica que se produce en la obra de Lvgia
          explicita la transversalidad que existe entre estas dos prácticas.
          Problematizar esta transversalidad puede convocar el poder de crítica
          que está presente tanto en el arte como en la clínica. En primer lugar,
            este híbrido hace visible la dimensión
          clínica del arte: la revitalización del estado de arte
          implica potencialmente una superación del estado de clínica.
          Y recíprocamente, la dimensión estética de la
          clínica adquiere visibilidad: la superación del estado
          de clínica implica potencialmente una revitalización
          del estado de arte. En segundo lugar,
            descubrimos en ambas prácticas la presencia
          de una misma dimensión ética: el ejercicio de una dislocación
          del principio constitutivo de las formas de la realidad que predomina
          en nuestro mundo. Deshacerse del apego a las formas-mortaja como referencia,
          para poder constituirse y reconstituirse en el festín del entrelazamiento
          la vida y la muerte o, en palabras de Lygia, "para que todo en
          la realidad sea proceso") Su híbrido arte/clínica
          nos muestra que la cuestión ética fundamental que atraviesa
          estos dos campos es la de crear unas condiciones tales que uno pueda
          exponerse al malestar provocado por lo trágico. Y, por último, tanto en la práctica artística
          como en la clínica, se explicita una misma dimensión
          política: desde la perspectiva de su hibridación, se
          revelan como fuerzas de resistencia contra la esterilización
          del poder disruptivo de la disparidad entre la infinita germinación
          del cuerpo-huevo y la finitud de las formas que encarnan cada una de
          sus creaciones. Ya lo hemos visto, la rigidez de la separación
          entre estas prácticas implica una patologización del
          estado de arte: disminuyen las posibilidades de constituirnos territorios
          que sean la expresión de las diferencias engendradas en nuestro
          cuerpo-bicho, y con ellas las posibilidades de alcanzar la dimensión
          experimental de la vida, la construcción de la vida misma como
          obra de arte. Pero no por ello
            arte y clínica llegan a confundirse: aunque
          ambos apunten a la movilización del estado de arte en la subjetividad,
          la singularidad de la clínica consiste en tratar los impedimentos
          psíquicos a esta movilización, cosa que no interesa al
          arte. Estos impedimentos siempre se erigen en la frontera entre el
          cuerpo-bicho y sus formas en el hombre, sólo varían sus
          modalidades. Una de estas modalidades es el borderline: un tipo de
          subjetividad que no es prisionera de una forma, como es el caso en
          la neurosis, ni está perdida en las intensidades del cuerpo-vibrátil,
          como es el caso en la psicosis: esta subjetividad es funámbula
          y se equilibra mejor o peor en la línea fronteriza. En esta
          posición precaria, es más fácil tener acceso al
          bicho; se gana una mayor libertad de desnaturalización de las
          formas. El proceso es de una gran fluidez, a pesar del permanente riesgo
          de caída. Si la caída es hacia el lado de la neurosis,
          el proceso se detiene; si es hacia el lado de la psicosis, el proceso
          se queda girando en el vacío, infinitamente. Lygia nunca ocultó su preferencia por los borderlines, seguramente
          por su mayor versatilidad en el vaivén entre el bicho y el hombre.
          Con este tipo de receptor, Lvgia obtenía más fácilmente
          el efecto que deseaba de sus Objetos relacionais, sin tener que aburrirse
          con la monotonía de la neurosis, ni agotarse con los terrores
          de la psicosis. Estas situaciones, propias de la clínica, le
          pesaban mucho: en numerosas cartas se queja de sentirse demasiado impregnada
          por lo que ocurre en el transcurso de estas sesiones, completamente
          exhausta. En 1984, escribe a Cuy Brett que ella considera agotado este
          trabajo, que ha dejado de interesarle porque ya domina su concepto,
          que por lo demás, dice, "son varios". Yo creo que Lygia
            se dice terapeuta, a sí misma y a los demás,
          en respuesta a la sordera ambiental que se constituye alrededor de
          su obra, en oposición diametral al éxito que conoce en
          los años cincuenta y sesenta: no hay que olvidar que el momento
          del puntapié radicalizador de Lvgia es también el momento
          en que su prestigio alcanza el apogeo a escala internacional.'3 Probablemente
          cuando se sintió más apoyada fue cuando pudo efectuar
          aquel peligroso salto sobre el trapecio de la creación. Pero
          había ido demasiado lejos, y la red del ambiente artístico
          ya no se hallaba bajo su trapecio: para este ambiente, salvo rarísimas
          excepciones, su obra ya no tenía ningún sentido. Al decirse
          terapeuta, Lygia quiso reconstruirse otra red de apoyo de sentido para
          sus propuestas, que esta vez fue a buscar en el medio psicoanalítico.
          El cual, por cierto, no se lo concederá jamás. Pero de ahí a tomar esta interpretación de Lvgia como
          verdad sobre las sesiones con sus Objetos relacionais, hay un abismo.
          Esta posición implica aceptar el confinamiento de su obra en
          un método terapéutico, lo que es lo mismo que confinarla
          en el arte como ámbito aislado. Y ¿no es precisamente
          este confinamiento lo que Lygia combatió con tanta 'No fue justamente
          para escapar de él que creó este híbrido en la
          frontera entre los dos campos, como su última arma? La propia
          Lygia declara: "Yo no cambié el arte por el psicoanálisis.
          Lo que pasa es que todas mis investigaciones me llevaron a hacer lo
          que hago, que no es psicoanálisis. Desde que pedí la
          participación del espectador, que fue en el 59, a partir de
          entonces todos mis trabajos exigen la participación del espectador:
          Mi trabajo siempre estuvo guiado por la voluntad de que el otro experimentara,
          no sólo para experimentar yo. "Por ahora, tengo la consciencia
          de que mi trabajo es un campo 'experimental', rico en posibilidades,
          y nada más. Insistir en considerar
            como método terapéutico la última
          propuesta de Lygia puede llevarnos a perder lo esencial: la fuerza
          disruptiva de su híbrido, hecho de arte y clínica, que
          hace vibrar en cada uno de estos campos la tensión de lo trágico,
          haciendo indisociables ética y estética. Porque Lygia se
            situó en el borde del arte de su tiempo, su
          obra indica nuevos rumbos al arte, revitalizando su potencia de contaminación.
          El artista como "propositor" de condiciones para que el receptor
          pueda dejarse embarcar en el desmontaje de las formas -incluso las
          suyas propias- en favor de nuevas composiciones de flujos, que su cuerpo-vibrátil
          va viviendo a lo largo del tiempo. Al situarse también en el borde de la clínica de su
          tiempo, Lygia indica para nosotros los analistas nuevos rumbos por
          explorar. Si estamos dispuestos a ir a su encuentro en la frontera,
          nos vemos obligados a mirar cara a cara el cuerpo-bicho, fibra a fibra,
          y descubrirlo en toda su riqueza y complejidad. Entonces nos damos
          cuenta de que si en el trabajo de la clínica lo que está en
          juego es la relación con el cuerpo-bicho, tenemos sin embargo
          la costumbre de reducirlo a sus formas humanas tan pronto como lo presentimos.
          Delante de esta constatación, no podemos dejar de pensar en
          la necesidad de reorientar nuestras prácticas. Pero ¿hacia
          dónde apuntan estas nuevas direcciones? Lo que la hibridación con el arte puede ayudarnos a comprender
          es que toda patología se refiere a la relación con lo
          trágico, más exactamente a la dificultad de abrir un
          paso entre el cuerpo-bicho y sus formas humanas. Ya vimos lo numerosas
          que son las versiones de esta dificultad; por ejemplo, quedar enredado
          en las intensidades del cuerpo, lacerado por el dolor de su graznido,
          como en la psicosis; o adicto a las estrategias existenciales montadas
          para anestesiarlo, como en la neurosis. Sea cual sea la modalidad de
          interrupción del proceso,'6 el efecto es siempre el mismo: la
          potencia creadora queda minada y el estado de arte, entorpecido; se
          instala un estado de clínica en la subjetividad. Las prácticas
          analíticas consistirán entonces en crear condiciones
          favorables para una despatologización de la relación
          con lo trágico. Ello pasa esencialmente por la conquista de
          una intimidad con el punto innombrable desde el que emergen las formas. No es abandonar
            el arte, lo que propone Lygia, ni tampoco cambiarlo por la clínica, sino habitar la tensión de sus bordes.
          Al situarme en esta zona fronteriza, su obra tiene virtualmente la
          fuerza de "tratar" tanto al arte como a la clínica,
          para que ambos puedan recuperar su potencial de crítica del
          modo dominante de subjetivación, en función de las diferencias
          que piden paso: potencia de revitalización del estado de arte,
          del que depende la invención de la existencia. ¿Sería ésta
          su utopía? Dejamos a Lygia la última palabra: "Si
          la pérdida de individualidad se impone de todos modos al hombre
          moderno, el artista le ofrece una venganza, y la ocasión de
          reencontrarse. Al tiempo que se disuelve en el mundo, que se funde
          con lo colectivo, el artista pierde su singularidad, su poder expresivo.
          Se conforma con proponer a los demás que sean ellos mismos y
          que alcancen el singular estado de arte sin arte."' NOTAS 1. Versión revisada de Lvgia Clark e o híbrido arte/clínica",
          publicado en J'crcutso. Rctista de Psicanálise (Departamento
          de Psicoanálisis, Sedes Sapientiae lnstitutc, SSo Paulo), año
          VIII. ntim. 16 (1996): 43-48. 2. Lvgia Clark,
            carta a Mário Pedrosa. 196T Citada por Sónia
          Líos en A rus. Río de Janeiro, 1996. 3. En portugués corpo-hi cha, alusión
          a los Bichos, serie de obras de Lvgia Clark que llevan este nombre. 4. Paulo César L.opes. Pragmárica cío dcsgo.
          Apuoxiuusuçocs d ¡litiO tCOi'111 cIa clínica cm
          Félix (7uactari e Gil/es De/ence, tesis doctoral, III' ciclo
          de Psicología Clínica de la PUC/SI) SSo Paulo, 1996. 5. Lvgia Clark.
            'A magia do objeto sem funçSo", inédito,
          1965. 6. Lygia Clark.
            'Caminh,sndo", en Lygia (uso'4. Río
          de Janeiro: Funarte,1980. 7. Mário Pedrosa, una de las figuras más importantes
          de la historia de la crítica en ci Brasil, fue un intérprete
          privilegiado de la obra de Ligia Clark. 8. La /t4éntoire a',, cotps. Paris: UER dr Sciences Humaines
          Cliniques. Sorbonne, Université de Paris VII, 1978. 9. Wilson Coutinho. "A radical Lygia Clark".
          Jatata! d0 Bt'asil (Rio dc Janeiro) (15 diciembre 1980). 10. Carta a Hélio Oiticica, 26 octubre 1968, en Lygia GIarle-Hélia
          Oirjcjca: Garras 1964-74. Río de Janeiro: Editora UFRJ, 1996. 11. Paulo César
        Lopes, op. cit. 12. Carta del 31 agosto 1984. 13. En 1963, exposición en la Louis Alexander Gallen' de Nueva
          York. año igualmente de la VII Bienal do Museu de Arte Moderna
          de SSo Paulo, donde se le dedica una sala especial; en 1965, exposición
          en la Signals Gallerv de Londres; en 1968, sala especial en la XXXIV
          Bienal de Venecia. 14. Entrevista con Jorge Guinle, s.d. 15. Carta a Mme
            Karlicow, con la que Lvgia había iniciado un
          trabajo de relajación, s.d. 16. Paulo César
        Lopes, op. cit. 17. "A propósito da magia do objeto",
    en Ljgia Glark. Rio de Janeiro: Funarte, 1980: 28. |