La sexualidad como performancia: las otras sexualidades
Antonio Colom

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El cuerpo en la performance

Un prólogo pospornográfico 

De entrada quisiera explicitar lo que ha sido mi elección del título. 

En el Prólogo pospornográfico del libro “Nacho Vidal, confesiones de una estrella del porno”, David Barba plantea lo siguiente: “Pero el objetivo del posporno no es prohibir ni censurar,..., sino hacernos tomar conciencia de que el sexo siempre es una representación: una performance que ustedes se pueden montar en el piso igual que un actor porno lo escenifica ante la cámara”

Lo interesante es que Barba concluye su prólogo pospornográfico (en alusión clara a que fue realizado una vez concluido su libro, digamos que es el poso que le quedó del mismo) con una cita que nos concierne especialmente: “...como escribió el filósofo Alberto Cardín, se ha puesto de manifiesto que *la relación sexual no existe*. Acaso todo el sexo en el porno -y quizás también fuera- sea una gran ópera bufa”. 

Aclarar simplemente que “La relación sexual no existe” , su autoría no es de Cardín sino de Lacan y también podríamos añadir que parece ser que el posporno es lacaniano. O mejor aún, el posporno nos devuelve uno de los enunciados princeps del lacanismo: “La relación sexual no existe”.

Así pues, el título  se impone: “La sexualidad como performancia”. El dos puntos, las otras sexualidades” surge de mi lectura de los libros que cayeron en mis manos y que versan sobre la Teoría Queer.

1.- Breve historia de la Teoría Queer.

Abreviaré al máximo destacando los acontecimientos decisivos de su advenimiento.

Dentro del contexto de occidente, las prácticas sexuales entre hombres devienen problemáticas a partir del siglo XVIII al tiempo que desaparece una figura, en lo social, que amparaba este tipo de prácticas sexuales y que además tenía connotaciones políticas: la amistad

La existencia de la amistad se remonta a la antigüedad, según Foucault, y es a partir del siglo XVI en que comienzan a aparecer críticas en las que se la sitúa como foco de peligros.

En realidad lo que podemos situar es que la figura de la amistad poco a poco choca con los cambios políticos, sociales, burocráticos, etc., que se van produciendo. Va suponiendo lentamente un obstáculo para el ejercito, la burocracia, la administración, las escuelas, etc., cuya problemática, lejos de ser resuelta, es simple y llanamente, excluida del contexto social, por lo que la sexualidad entre hombres queda desautorizada desde el momento en que carece de una denominación que hasta el momento la había representado en los contextos sociales citados.

Y así entramos en lo que desde los colectivos de gays y lesbianas fue denominado como homofobia y que desde el punto de vista histórico pasa primero por una criminalización y posteriormente por su patologización en el campo de la psiquiatría a finales del XIX.

New York, 28 de junio de 1969.  Bar “Stonewall Inn”. Resistencia de los clientes de este bar al acoso policial simplemente basado en una sexualidad supuestamente anómala. Graves disturbios  callejeros durante todo un fin de semana

Surge el Día del Orgullo Gay

A partir de este momento, aparición de movimientos contraculturales de gays y lesbianas con una vocación básicamente política y de enfrentamiento social. Su pilar capital es el de afirmar una “identidad gay” como algo positivo al tiempo que comienza una denuncia sistemática de cualquier discurso, institución, asociación, etc. que margine o patologice la homosexualidad (medicina, psiquiatría, religión, psicoanálisis, derecho, etc.)

Se trata de un oposición firme a una organización social heterosexista al tiempo que aparece el intento de definir un tercer género, independientemente de los clásicos masculino-femenino, e introducirlo en el campo de la Cultura. Tengamos en cuenta por un momento que esta vía ha tenido efectos sobradamente conocidos por todos. Al igual que en tiempos de Franco en que cualquier familia burguesa que se preciara como tal, en algún momento del año debía sentar a un pobre en su mesa, en la actualidad, no hay tele serie que se precie que no incluya o bien a un gay o bien a alguna lesbiana, convirtiendo tal presencia en un toque exótico que favorece al abanderado de lo snob.

Aparecen, propiciados por el capitalismo, el “estilo de vida gay”, objetos de consumo “para gays”... En fin, el capitalismo consigue una cierta integración de tod@s aquell@s que se sumaron a estos nuevos aires, en cierto modo liberadores, pero  que en parte suponen una pérdida del potencial revolucionario del que surgen.

Años 80. Con la aparición del SIDA, resurgen socialmente los prejuicios homófobos y al mismo tiempo se refuerzan y aparecen nuevas asociaciones de gays y lesbianas en la vía de prevención, información y solidaridad a los portadores de anticuerpos, casi siempre con estrategias de acción que desafían el orden social establecido.

Pero es a finales de los 80 cuando en el sur de California grupos de lesbianas negras y chicanas se rebelan contra la “identidad gay”: gay blanco, varón, de clase media alta y con estilo de vida ligado al consumo y a la moda. Se niegan a reconocerse como “gays” y es cuando eligen autodenominarse “queer”. Esa palabra “queer” era en esos momento un insulto aplicado a los no heterosexuales al uso, semejante al español “maricón” o “mariquita” o “tortillera”, aunque en su traducción textual, “raro”, se pierde el componente insultante.

La palabra “Queer” pasa de ser un insulto a convertirse en una señal de identidad con lo que supone una devolución irónica para el orden heterocentrado e incluso también en contra de el, en ciertos aspectos, prestigioso “gay”.

Particularidades de la “Teoría Queer”:

- Este término engloba un conjunto de discursos y prácticas que cuestionan la imagen establecida e integrada de los homosexuales, así como las políticas de integración y normativizaciones.

- Del momento en que cae el término “gay” como englobante de todas la supuestas alternativas a la heterosexualidad estándar, aparecen multitudes de denominaciones vinculadas a determinadas prácticas sexuales como puede ser el término “hermafrobollo”, “dragkings”, “bears”,etc., etc.

-Lo queer, por otro lado, no excluye a la heterosexualidad siempre y cuando, no se trate de posturas “oficialistas”, “correctas”. Quizás el término anglosajón “straight” define mejor estas opciones.

- La “Teoría queer” se define como un ataque frontal a cualquier intento de definición de una identidad anudada a una determinada opción sexual desde cualquier discurso en lo social.

- Textualmente Javier Sáez “...el análisis queer va a cuestionar la aparente naturalidad del sexo y, lo que es más importante, va a señalar que el propio sexo es un producto del dispositivo discursivo de género.

- Quizás el punto fundamental en los que nos sentimos concernidos desde el psicoanálisis es el que el propio Sáez plantea como diferencia fundamental entre psicoanálisis y teoría queer: “...lo queer hace una lectura de las prácticas sexuales no normativas como formas de resistencia simbólica y política, nunca como posiciones subjetivas de origen psicológico o psicoanalítico, ni como estructuras del deseo”.

Aparecen pues dos campos de trabajo distintos y  cómo mínimo es de esperar que desde el psicoanálisis se les devuelva a los teóricos del queer, el respeto con el que ellos leen y trabajan la teoría analítica. No son psicoanalistas, por lo que no hay porqué exigirles que tengan en cuenta el síntoma analítico en lo que son sus trabajos de investigación, de la misma manera en que ellos no exigen a los analistas que se autodefinan como hermafrobollos, bears, etc., por ejemplo.

Para mí, lo interesante es que a través de vías de trabajo que no son las de la clínica, llegan a formulaciones tan próximas y que tanto tiempo y trabajo han supuesto construirlas en el psicoanálisis como por ejemplo la no necesaria coincidencia entre identidad y condición sexual.

Por otro lado, el hecho que sus supuestos no sean los de la clínica analítica, no implica que no sean sensibles a lo que desde el psicoanálisis se pueda trasmitir al respecto. Valga un ejemplo: Recuerdo perfectamente  que en la presentación que hizo Rafael Mérida de su libro “Sexualidades transgresoras” enfatizó que la elección del primer artículo del libro se debía a lo que Eve Kosofsky planteaba nada más comenzar:  “Nos es fácil recordar las terribles estadísticas: los adolescentes queer tienen dos o tres veces más probabilidades de intentar suicidarse y de conseguirlo que otros jóvenes; casi un 30% de los jóvenes que se suicidan son gays y lesbianas; un tercio de los jóvenes gays y lesbianas declaran que lo han intentado y el riesgo que corren los jóvenes queer pertenecientes a minorías étnicas es aún mayor”.

Y además, por mi parte, los cuestionamientos que lanzan al psicoanálisis son francamente interesantes en lo que supone poner a la teoría a trabajar.

En esa vía me ha resultado de lo más útil, el esquema que propone G. Morel. Se trata de diferenciar posición sexuada, de la elección de objeto y de las prácticas de goce.

2.- ¿Es el psicoanálisis homófobo?

Esta pregunta en relación con el momento actual es NO. PERO, sí hay que decir que en sus inicios sí lo fue y también me gustaría señalar que determinadas formas del abordaje de esta práctica sexual, en ocasiones sí manifiestan una posición que más que ética, es moralista.

También lo fue en lo que supone la formación de analistas, en donde los homosexuales fueron  excluidos.

Si enfatizo el término “práctica sexual” es por el hecho que ni Homosexual, ni Heterosexual, en psicoanálisis son diagnósticos clínicos. Es más ni tan siquiera dan cuenta de una determinada posición subjetiva. Y tampoco dan cuenta de una determinada elección de objeto, necesariamente. El empleo de estos términos sin más, simplemente son indicativos de prácticas sexuales.

Vayamos por partes y empecemos por Freud.

El libro “La homosexualidad masculina” de Lucía D’Angelo es un buen referente para examinar la posición freudiana al respecto.

Destacaré varias cuestiones.

A.- Las relaciones entre personas del mismo sexo o más bien su socialización, ha variado a lo largo de la historia de occidente. Justo en el momento de los inicios de los trabajos freudianos, acababa de aparecer el término “homosexual” en el campo de la patología psiquiátrica. El pensamiento freudiano supone un viraje en relación a los mismos tal como muy bien indica Lucía D’Angelo, pasa de sostener el diagnóstico de patología por la mera descripción fenomenológica a interrogarse por las causas. No obstante, quizás el problema de Freud, en sus inicios, no sea tanto el hecho de patologizar o no a la homosexualidad, sino que ésta siempre es pensada en base a una supuesta existencia de una sexualidad normal. Existiría La Sexualidad y todas las prácticas sexuales que no coincidieran con esta  Sexualidad, serían susceptibles de investigación o simplemente olerían a patología.

No voy a realizar un recorrido en la obra de Freud sobre este concepto, simplemente me remito al realizado por Lucía D’Angelo, pero si me voy a detener en el capítulo de su libro “Conclusión”, pues en el mismo nos encontramos con la zozobra de la autora en sus conclusiones que lejos de aclarar determinados aspectos, produce un mareo complejizante del cual, sin embargo, podemos aprender  bastantes cosas.

B.- El recorrido por la obra de Freud de esta autora parte de una interrogación clara y evidente que la impulsa al trabajo. Sumamente interesante, pero, a mi entender, mal resuelta. Aunque también hay que decir que tal recorrido es impecable.

“En los hombres, la virilidad psíquica más completa es compatible con la inversión sexual”. Es esta frase de Freud que abre y cierra su recorrido.

Los alcances de esta frase me parecen magníficos pues parece que hasta el momento, la “inversión” sexual implicaba la feminización del varón, por lo que la aportación freudiana, de entrada, sería la de separar la feminidad de la homosexualidad como norma. Al declarar en sus Tres ensayos de teoría sexual, de 1905 que la homosexualidad no está reñida con la virilidad, supone una desfeminización de entrada con respecto a la homosexualidad. Va más allá de las concepciones de su época desde el momento en que sostiene que homosexualidad y feminidad, no son sinónimos.

Un ejemplo clásico extraído del libro de Sáez. 1895, Magnus Hirschfeld: “Los músculos del uranista son más flojos que los masculinos. En consecuencia existe en la mayor parte de los casos una tendencia natural a los movimientos tranquilos (paseos a pie, deporte de excursión, de montaña, ciclismo, natación y baile). Mientras que la musculatura corporal deja mucho que desear, la musculatura lingual denota acostumbradamente una fuerte actividad, por eso consideramos que los uranista, como las mujeres, son a menudo sumamente locuaces”. “El uranista es tierno de piel, sedoso de cabellos, ancho de pelvis, femenino en la escritura, de andar a pasitos....”

Personalmente jamás he estado en Urano, pero de lo anteriormente citado se desprende que los prejuicios de la época en relación a la homosexualidad, consistían en el abordaje de la misma a partir de la feminidad, como si todo lo no viril, fuera una patología.

En cualquier caso, las construcciones de época manifiestan claramente que la virilidad es tabú

C.- Freud inicialmente perversifica la homosexualidad para posteriormente desperversificarla. Entendamos por perversión una estructura clínica diferente a la neurosis y a la psicosis.

Si bien la posición freudiana inicial es la de situar la homosexualidad como sinónimo de perversión, a partir de sus trabajos de 1910 la reconsidera como un posible  síntoma patológico dentro de la neurosis a diferenciar de la estructura perversa. A destacar que a partir del 14, el énfasis lo pone en la “elección narcisista de objeto”. A mi entender, y debido a los posteriores desarrollos de la teoría analítica, me sorprende la sutileza clínica de Freud al enfatizar la cuestión de la “elección de objeto”.

A partir de este momento, en Freud, homosexualidad NO  es sinónimo de perversión. Aspecto este de especial importancia no tanto por los efectos sobre la doxa analítica sino por la dificultad de asimilación por parte de los psicoanalistas tanto de la época como de los posfreudianos en que muchas veces se empeñaron en sostener un clínica basada en la idea de la heterosexualidad como tratamiento para la homosexualidad.

En estas tesituras, el psicoanálisis si es susceptible de ser criticado como heterocentrado.

D.- Cuando digo que en mi opinión, las conclusiones del libro de D’Angelo están mal resueltas es por lo siguiente. Queda absolutamente confusa la diferenciación entre homosexualidad, perversión y rasgo perverso. Hay en sus argumentos como un empuje a la perversificación de la homosexualidad. Y sí, eso es así. Estoy de acuerdo. Pero, ¿acaso no podemos sostener desde Freud lo mismo con respecto a la heterosexualidad?. Desde el momento en que Freud sustituye el instinto por la pulsión (recordemos: “La pulsión pervierte el instinto”), ¿por qué sostener que la homosexualidad es más perversa que la heterosexualidad?

No sólo en este trabajo de Lucía D’Angelo, también en el de otros psicoanalistas como Serge André en su libro La impostura perversa hallamos el “novedoso” argumento de que “En los hombres, la homosexualidad es compatible con la neurosis, con la psicosis y con las perversiones”. Impresionante. ¿Acaso no se puede decir exactamente lo mismo del hombre heterosexual?

Aún más, al sostener determinados argumentos lo que a mi entender se halla, es una mala conceptualización o la no asimilación de la complejidad del término “hétero”. Me explico, me voy al enunciado “Elección homosexual de objeto”. No entiendo el porqué del mismo. ¿A santo de qué las prácticas sexuales entre dos hombres excluirían siempre y de forma paradigmática lo “hétero”? ¿Por qué eso que se llama elección homosexual de objeto implica una exclusión de lo hétero? ¿Acaso la clínica no ha aportado ejemplos en que lo “hétero” puede no estar presente en las prácticas heterosexuales?

Es en este punto en el que me detengo para poner al menos un interrogante en sostener como norma que toda relación entre personas del mismo sexo suponga una exclusión de lo “hétero”, quizás mejor sostener de lo “altero” y es que sino estamos reduciendo a lo “altero” o a lo “hétero” como mejor se prefiera, con la elección del genital contrario. ¿Podemos definir lo “hétero” clínicamente como la elección del genital que no se posee para su utilización en las prácticas sexuales?.

Si sostenemos este presupuesto, estamos en la misma vía que Beatriz Preciado con sus construcciones sobre el dildo (vibrador de última generación que se halla a la venta en las tiendas especializadas del ramo)

No obstante y a partir del recorrido que acabo de realizar, no pienso en que las dificultades desde el psicoanálisis o de los psicoanalistas con el término “homosexual”, puedan reducirse a una cuestión de homofobia, aunque es patente que sí ha existido en la historia del movimiento analítico. Ha sido y es una cuestión de los psicoanalistas, pero no del psicoanálisis, aunque en sus avances, la teoría psicoanalítica ha debido desbancarse de lo que eran las conceptualizaciones imperantes en su época en relación a este aspecto y a muchos otros.

Que la homosexualidad siempre se halle vinculada con la perversión, no es ninguna novedad, al menos desde las aportaciones de Freud y Lacan, no por el hecho de homo, sino por el hecho de  sexualidad y si bien Freud no pudo alcanzar el axioma “No hay relación sexual” de Lacan, no instituyó desde su modelo teórico Una Sexualidad a la que todo proceso de análisis tuviera que apuntar.

Freud despatologizó la Homosexualidad y también la desperversificó como norma diagnóstica. Para Freud las prácticas entre personas del mismo sexo no eran siempre patológicas, ni eran siempre sinónimo de estructura perversa.

Volviendo al título del trabajo y al argumento de David Barba, si la sexualidad es siempre representación, ¿por qué sobre la homosexualidad caen determinadas sospechas oscuras de que como representación no lo es tanto como la heterosexualidad?.

Cuando desde la teoría queer se avasalla al orden heterocentrado, ¿acaso no podemos percatarnos que hay algo que desde lo social siempre empuja a sostener alguna representación como La Representación?

Es más que evidente el hecho de que para un heterosexual su elección de objeto le lleva a pensarse normal, de igual manera que la mayoría de homosexuales en algún momento de su vida han vivido como anormal su elección de objeto. Eso es algo que excede a lo subjetivo y que no es resorvible única y exclusivamente “por estructura”. Hay algo que desde lo social incide decisivamente en este punto.

Quizás una de las vías para abordar lo expuesto la encontramos en un artículo de Foucault titulado Sexo, poder y gobierno de la identidad, en el que utiliza el término “socialización de la sexualidad”. Y sí, en base a las estadísticas sobre suicidios entre adolescentes queer es evidente que hay una cohesión en lo social que facilita y regulariza determinadas prácticas sexuales y otras, todo lo contrario, lo que no es sin efectos subjetivos para los individuos que no entran en determinadas categorías.

Mi posición consiste en sostener que lo complicado de teorizar, de sostener e incluso de asimilar, no es que la homosexualidad sea una cosa rara, patológica y oscura. Pienso que la problemática estriba en desnormalizar, incluso desinstintificar el encuentro sexual entre personas de distinto sexo. E incluso en sostener que la sexualidad se escapa a la normativización, que siempre es... ¿queer?.

De todos es sabido que hay heterosexuales con estructura perversa, por ejemplo; sin embargo, la heterosexualidad jamás ha sido sinónimo de perversión...

Quizás lo que encontramos es la imposibilidad de definir lo “hétero” a partir de quien se acuesta con quien, de la misma manera que ha sido muy complicado desvincular la identidad en función de una determinada opción sexual.

3.- La sexualidad, lo “hétero” y lo “homo” en la enseñanza de Lacan o la insuficiencia del leguaje para decir o escribir todo sobre el sexo.

Para empezar una simple distinción que ya esta presente en Freud y de la que Lacan recoge el testigo. Si el deseo no posee un objeto no hay o no existe desde el psicoanálisis el “deseo homosexual”, ni el “deseo heterosexual”. Así las cosas, hay que remitirse a las construcciones sobre sexualidad y goce para aclarar estos asuntos de alcoba.

Desde el momento que Lacan en el seminario de La Angustia, conceptualiza el objeto petit a, sin lugar a dudas se produce una reorganización de la sexualidad. Si el objeto a, objeto causa del deseo, no es ni masculino, ni femenino, si el objeto a por definición se escapa a lo simbólico y también a lo imaginario, en esa vía ya no es posible sostener ni la hetero ni la homosexualidad.

“No hay proporción sexual”, argumenta a partir de entonces Lacan. Cierto, no hay proporción sexual, pero sexualidad, haberla hayla. Entonces, ¿cómo pensar el petit a que aparece en el axioma del fantasma $<>a? Es más, ¿cómo pensar la elección de objeto a partir del petit a?

Cuatro citas de Lacan en Encore:

“El goce fálico es el obstáculo por el cual el hombre no llega, diría yo, a gozar del cuerpo de la mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano”.

“Colocarse allí (posición masculina) es, en suma, electivo, y las mujeres pueden hacerlo, si les place. Es bien sabido que hay mujeres fálicas y que la función fálica no impide a los hombres ser homosexuales. Pero les sirve, igualmente, para situarse como hombres y abordar la mujer”.

“La mística....es una cosa seria, y sabemos de ella por ciertas personas,mujeres en su mayoría, o gente capaz como San Juan de la Cruz, pues ser macho no obliga a colocarse del lado “Para todo x Phi de x” (posición masculina). Uno puede colocarse también del lado no-todo. Son cosas que pasan. Y no por ello deja de irles bien. A pesar, no diré de su falo, sino de lo que a guisa de falo les estorba, sienten, vislumbran la idea de que debe de haber un goce que esté más allá. Eso se llama un místico”.

“¿Cómo hacen el amor los neuróticos? Se partió de ahí. Fue imposible dejar de percibir la correlación que había con la perversiones, y esto viene a apoyar mi a, porque está allí como causa, sean cuales fueren dichas perversiones”.

Así pues:

a.- el falo como obstáculo limita el encuentro sexual a simplemente poder gozar del propio órgano.

Un ejemplo claro al respecto, me refiero a la definición que Michel Onfray da del acto sexual en su libro Teoría del cuerpo enamorado: “un poco de moco en la punta de un tubo frotado”.

b.- La homosexualidad no impide que los hombres con recurso a la significación fálica no aborden lo femenino. O lo que es lo mismo, el abordar lo femenino no sólo  pasa por el coito chico-chica, o sea,  por la vulgarmente llamada heterosexualidad.

c.- El falo como estorbo puede llevar a un hombre a buscar un goce más allá....del goce del órgano.

A partir de estas definiciones hallamos dos calificativos en relación al falo y a los hombres de lo más interesante: obstáculo y estorbo, lo que lleva a situarlos o bien del lado de la posición masculina o bien del lado de la posición femenina. Diré más, en ambas posiciones y en relación al falo, no hay definición ni de hetero, ni de homosexualidad. El falo como obstáculo impide al hombre gozar del cuerpo de una mujer, aunque pienso que debe añadirse, en base a lo expuesto, de otro cuerpo, ya que el obstáculo fálico no impide que un hombre elija la práctica sexual que elija, aborde a la mujer. Es decir homo y heterosexual, ambos, se quedan con el moco en la punta del tubo.

Resumiendo, para el hombre abordar la sexualidad a partir del goce fálico simplemente le lleva a gozar del órgano. El falo como obstáculo o el falo como estorbo lo llevan a situarse o bien del lado de la posición masculina o bien del lado de la posición femenina. La cuestión es cómo aborda el hombre la mujer, cualquiera que sea su elección de objeto.

En esa vía hallamos varios vericuetos. Sabemos por Lacan que con un sólo significante no puede escribirse la diferencia sexual, por lo que podemos sostener que con el falo, no hay inscripción de la mujer en el inconsciente. No existe. Sabemos por Lacan que la sexualidad masculina está enteramente capturada por el fantasma, ahora bien, el axioma del fantasma $<>a, no es sinónimo ni de hétero ni de homosexualidad. Escrito tal cual, de eso, no dice nada de nada, pues por definición el petit a no es ni masculino, ni femenino. Esta escritura del fantasma nos vincula al sujeto del inconsciente con el objeto que causa su deseo y nada más. Entonces, que es lo que lleva a un hombre a buscar otro cuerpo en sus prácticas sexuales.

No es ningún misterio. Aparece de soslayo en varios trabajos. Por citar alguno, citaré al expuesto por  Carlos Bermejo: “el objeto en el fantasma tiene una imagen y no sólo es cernido como el vacío tórico (figura topológica)”.

Así pues, el fantasma es suplencia de lo que no hay, pero al mismo tiempo delante del objeto que causa el deseo, objeto que por estructura se escapa a la representación, una imagen a modo de velo, pone un objeto. Es la imagen la que se encarga de representar un objeto que vela la ausencia misma de objeto. Presencia y ausencia al unísono.

Los griegos, siguiendo a Pascal Quignard en su libro El sexo y el espanto utilizaban el término “eídolon”, para dar cuenta de la imagen que visita el alma y que regresa como una presencia inasible e involuntaria. “... un nombre y una imagen obsesionan el alma y penetran en el sueño con una persistencia tan inasible como involuntaria (puesto que llega incluso a poner el falo erecto en el cuerpo del durmiente mientras está soñando)”.

No obstante, ¿que es lo que determinaría que se representara un determinado objeto?. Por el momento no tengo respuesta, aunque sí pienso que podemos aprender mucho de los sublimantes ya que son maestros en producir objetos, cualesquiera. Es como si las personas con recursos artísticos nos indicaran que en ese velo puede representarse cualquier objeto... Lo diré un poco a lo bestia, ¿que diferencia hay en poner una teta o una oca?. Al fin y al cabo, la zoofilia también es una práctica sexual.

En la antigua Roma, también según Quignard, los tiempos de la erección y los tiempos de la enfermedad, se definían de la misma manera mediante cuatro etapas:  el ataque (initium), el acceso (augmentum), el declive (declinatio), la remisión (remissio). El momento de la pintura era siempre el augmentum.

Por su parte, Jean Allouch, en su libro El sexo del amo, dice: “Pero el homosexual se enfrenta dentro de sí mismo, en la adolescencia, con un deseo aberrante que además se le muestra pronto como un destino. De modo que debe realizar más o menos su coming-out, versión gay de la declaración de sexo en Lacan pero que subraya, mejor que esa declaración, la alteridad de lo sexual en cada uno que Lacan había localizado tan justamente en el caso del pequeño Hans. El hetero es parcialmente extraviado por una cultura que le presenta su sexualidad como conforme a la naturaleza, a la ciencia, al derecho, a su imagen, etc.”

Dedo decir que la lectura de este párrafo me impactó por varias cosas:

1.- lo altero, lo hetero para un hombre no es la mujer  sino su propia sexualidad  la alteridad de lo sexual en cada uno que Lacan había localizado tan justamente en el caso del pequeño Hans, dice Allouch. Y teniendo en cuenta el caso del pequeño Hans, lo hétero para el hombre es su propia erección.

2.- Hallamos una de las funciones de la cultura, la de sostener desde un consenso una determinada concepción de la sexualidad, de determinadas prácticas sexuales que se considerarían conformes a la naturaleza, a la ciencia, al derecho, a su imagen, etc.

3.- ¿Habría alguna confusión en el campo del psicoanálisis en relación a lo hétero e incluso un empuje consensuado a hacer de las mujeres la única representación de lo hétero?.

Agradezco a Rithée Cevasco su nota enviada por la lista de internet “lista-no-toda” en la que nos ponía en la vía de la distinción entre el 1 y lo hétero. Si pensamos las fórmulas de la sexuación a partir del 1 y lo hétero de entrada ya no estamos hablando ni de hombres ni de mujeres, ni de masculino, ni de femenino, algo que según mi punto de vista sí sería del orden heterocentrado y susceptible de crítica queer y que deja de lado muchas de las prácticas sexuales que han existido, existen y se van inventado. Es decir, permite situar la cuestión a nivel distinto del que habitualmente se aborda ya que pareciera existir un consenso social de que lo hétero para un hombre heterosexual son las mujeres cuando Lacan nos sitúa que para un hombre lo hétero es su propia sexualidad, entre otras cosas, de una lógica aplastante, pues La relación sexual no existe

Puesto que carezco de diccionario de griego, fue un amigo el encargado de sondearme esta palabra: “héteros se usaba en griego primariamente para, en una pareja de cosas o seres, distinguir entre dos; uno era el uno, y el otro era el héteros”

Bien, ¿acaso no hallamos aquí una constatación que abordar las sexualidades a partir de órganos sexuales contrapuestos nos lleva a un callejón sin salida? ¿Cómo pensar la sexualidad masculina justamente a partir del “héteros” sea cual sea la imagen con la que desde el fantasma un hombre vela la falta de objeto de la que se sostiene su deseo?.

4.- Para acabar.

¿Cual es la diferencia entre el héteros  y el petit a teniendo en cuenta que en las fórmulas de la sexuación, lo que se escapa al 1 de la posición masculina no son las mujeres, sino el objeto a?

También cabe mencionar que en la teoría lacaniana y a partir de los años 70, el inconsciente es definido como “hommosexual”, con dos emes, con la clara intención de destacar que en el inconsciente única y exclusivamente se escribe Un sexo, el masculino.

Llegado a este punto,  la verdad, no entiendo nada de nada ni de lo que dice Lacan, ni los poslacanianos.

He escrito y reescrito este punto varias veces y me quedaba una especie de sopa de letras sin cuchara, por lo cual decido simplemente explicitar mis puntos de interrogación.

Ahí van.

Una vez constatada la limitación de lo que es la significación fálica a la hora de dar sentido a esa insuficiencia del lenguaje que consiste en la imposibilidad de construir a partir de la palabra una relación entre los dos sexos que sirva para todo el mundo sin diferencia de razas, credo o religión y que además dure “hasta que la muerte nos separe” y que encima asegure la procreación de la especie, pues he tenido un sincope.

Pensar la sexualidad desde las construcciones lacanianas del objeto a. Bien, es posible. Pero, ¿qué es el objeto a?. A lo largo de la enseñanza de Lacan encontramos lo siguiente:

petit a y los objetos pulsionales: falo, voz, mirada, excremento

petit a y el plus de goce

petit a a diferenciar del héteros

petit a como “No hay proporción sexual”

petit a a diferenciar de la nada, el vacío y la ausencia

petit a a diferenciar de A barrado e incluso de S(A barrado)

incluso cómo pensar el fetiche a partir del objeto petit a.

Quizás y para empezar a tomar en cuenta el nudo borromeo, lo que he encontrado que establece una cierta organización a lo anterior, es situar el objeto a como imposible de significar (objeto a como causa del deseo), como imposible de escribir (objeto a como plus de goce) y como imposible de imaginarizar (objeto a como lo no especularizable). Una vez más le debo esta utilísima distinción a Carlos Bermejo.

De cualquier forma, parece que la solución a todo este marasmo pasa por el sinthome, con lo cual entramos de lleno en la figura topológica del nudo borromeo, tridimensional, mientras que mis mentes siguen planas...

También teniendo en cuenta Encore  y muchos de los trabajos de varios psicoanalistas entre ellos, Colette Soler, parecería que el encuentro sexual entre dos, pensado a partir de una suplencia que no es la fantasmática, sería pensable a partir del amor...

PERO, tal cómo dice Lacan en L’Etourdit: Es heterosexual aquel que ama a las mujeres sea cual sea su sexo.

¿Estaríamos hablando de poligamia?

¿Estaríamos, de nuevo, sosteniendo un objetivo heterocentrado? (Crítica susceptible de ser lanzada por los seguidores de la teoría Queer).

¿Que se entiende por el término “las mujeres”? ¿Las vainas encantadoras?

Además, ¿por qué el amor aseguraría un encuentro diferente entre dos cuerpos?. ¿Menos fallido?.

Y es imprescindible no dejar de lado que el proceso analítico no borra lo que se escribió en el inconsciente y que por tanto no modifica la elección de objeto. Nunca he escuchado ningún caso en el que lo que llamamos un heterosexual, haya cambiado su elección de objeto y haya concluido del lado de la homosexualidad.

Así pues, el proceso analítico no concluye con una promesa asintomática y como aún no me he leído el seminario de Lacan “Le sinthome”, poco más puedo decir salvo evocar el artículo de Geneviève Morel “Sexe, genre et identité: du symptôme au sinthome”, en el que de alguna manera nos augura una nueva forma de pensar la diferencia de los sexos y la identidad sexual, así como las relaciones sexuales a partir de la cuadriplicidad Real, Simbólico, Imaginario y  Sinthome, pues tal cuadruplicidad permite repensar todas estas cuestiones sin una referencia única y necesaria al Nombre del Padre y al Falo”.

Añadiré que está por hacerse...

Epílogo

Las personas cuya sexualidad pasa por vehiculizarla con gente de su mismo sexo, han sufrido a lo largo de la historia el insulto, la burla, el escarnio, la criminalización,  el linchamiento colectivo,  etc., etc., etc. ¿Cual es el motivo de tal desencadenamiento de violencia colectiva?

Una de las posibles respuestas es la que da Allouch en la cita que he aportado y  que consiste en pensar la cultura como una suplencia colectiva de “la no relación sexual”. ¿Acaso no es la otra cara de la frase “El hetero es parcialmente extraviado por una cultura que le presenta su sexualidad como conforme a la naturaleza, a la ciencia, al derecho, a su imagen, etc.”?.

En esta vía tanto los gays and lesbian studies, así como la teoría queer no estarían tan desencaminados a la hora de intentar introducir en el campo de la cultura algo que representara estás prácticas sexuales. U oponerse a que en la cultura, únicamente esté representado el orden heterocentrado.

Por otro lado, cualquier analista que se precie como tal, en algo se debe de haber podido desbancar de esta creencia cultural y no es descabellado formular la pregunta de si el colectivo de analistas no estaría, en parte, determinado por este tipo de creencias

Y se acabó.

Gracias.


Bibliografía 

Allouch, Jean. “El psicoanálisis, una erotología de pasaje”. Revista Litoral. Ed. Edelp.
llouch, Jean. "La opacidad sexual I y II". Revista Litoral Nº 27-28, Editorial Edelp
Allouch, Jean. Lacan y las minorías sexuales en “Jacques Lacan.Psicoanálisis y política”. Ediciones Nueva Visión
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