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Del
sexo como síntoma |
I.razones
y sin razones del cambio de sexo. Para comenzar por tanto el largo trayecto propuesto por Castel, ‘razonable’ se entiende en el sentido en que pensar la ‘metamorfosis’ de un sexo al otro no es sólo un caso quirúrgico, estético, moral, jurídico, psiquiátrico o psicoanalítico sino ante todo un problema filosófico a considerar hoy en día con todas sus consecuencias. El transexualismo podría ponernos en la incómoda posición del fonambulista en equilibrio inestable sobre el hilo tendido que separa la razón de la sin razón, entendiendo ésta no como una amenaza que se encuentra más allá de una razón trascendente, sino quizás como su límite interno, su ‘doble negro’ o su sombra demasiado clara.(1a) Foucault habia definido la sin razón, a propósito del Neveu de Rameau de Diderot, como la operación inversa de la exclusión del loco en Descartes. Castel se apoya en Wittgenstein quien recuerda que el límite de toda ‘verdad privada’ -aquí la de no haber nacido(a) en el ‘buen’ cuerpo- es suscitar “el espectro de lo que, del otro lado, haría la razón hacia ‘afuera’ ”. La sin razón es aquí definida como el hecho de “reivindicar el derecho imprescriptible de la subjetividad a elegirse absolutamente”, y ella es pues contemporánea de “la emergencia de las figuras subjetivas del pensamiento y de su pretensión de universalidad” especialmente desde las Luces (s.xviii). El examen minucioso y escéptico de las razones de ‘elegirse’ requiere entonces un camino complejo que conduce, en Castel, al psicoanálisis, concebido así como este más allá interno de la razón que haría la proximidad más íntima (‘extima’, decía Lacan) con la sin razón: posición noble, cierto, pero que devuelve a cargo del psicoanálisis la responsabilidad de un saber que no tiene sobre todo el derecho de ignorar a los otros. La primera parte del libro se lee como una novela, la de una aventura histórica que comienza con la psiquiatría. En su Psychopathia Sexualis (1892), Krafft-Ebing inscribe la metamorphosis sexualis paranoica de Kraepelin en el campo de lo médico por tanto en el orden de la naturaleza.La formidable progresión de la endocrinología en el S. XIX ofreció la esperanza de naturalizar el deseo: se sabe que también pasó por la cabeza de Freud. Krafft-Ebing y después Moll refieren el extraño caso de un ginecólogo húngaro que vivía ‘como mujer’, según sus propias palabras, y a pesar de sus órganos viriles, incluso con su propia mujer de la que él pensaba que era de hecho un hombre. El caso Schreber será comentado enseguida por Freud. Un salto en Francia nos lleva enseguida a los años 50 con el caso Henri, de Delay et Alby, que Lacan reencontró. Este paciente, nació con una cryptorchidie, educado primero como niña después vestida como chico por su padre, pide ser operado según el modelo de los pacientes alemanes de los años 30. Delay rehusa, temiendo una epidemia de solicitudes quirúrgicas. Esto hace de Henri un ‘monómano’, diagnóstico esquiroliano que descubre su confusión ante este paciente inclasificable: Aunque Henri reivindica y apruebe extrañas coenestesias, es bajo otra perspectiva absolutamente normal. “Es así como el transexualismo pone en cuestión la legitimidad antropológica de la psiquiatría. Porque le obliga a decir lo que es estar loco. Ahora bien, no hay respuesta interna en la clínica para esta cuestión, ya que es bajo la asunción previa de que existe una locura manifiesta como en la clínica psiquiátrica se despliega, y toma a su cargo lo que el sentido común delimita ya como su apariencia”, comenta Castel (1b). Paralelamente, la demanda transexual aparece en continuidad con la demanda ‘normal’ de resignación sexual de los niños hermafroditas, que están en el punto de partida histórico de estos experimentos hormonales y quirúrgicos. Y parece difícil rechazar a unos lo que se decide ‘naturalmente’ para los otros. De aquí la moda de la categoría tan oscura de ‘hermafrodismo psíquico’, entre biologización brutal de la identidad sexual y pseudo-concesión a la idea de ‘bisexualodad’ psyquica freudiana. Ahora bien, para comprender lo que pasa hoy, en los mismos términos en los cuales el ser para sí del cuerpo sexual ha podido tener éxito en las demandas políticas y culturales que se conocen, hay que cambiar la UE por los EEUU. Es aquí en efecto que se ha desarrollado la categoría de género con su distinción, que ha llegado a ser clásica, con el sexo. Castel distingue varias olas sucesivas de la gender theory. La primera distinción médica de sexo y de género apareció en 1915 de la pluma de Blair Bell, especialista británico de los intersexuales. En los años 50, justo después de la generación largamente mediatizada de George Jorgensen, Harry Benjamin, endocrinólogo y heredero ideológico y científico de Magnus Hirschfeld, organiza el primer coloquio sobre el transexualismo y publica su famoso artículo, “Transvestim and transsexualisme”, donde juzga vano, es decir peligroso, el tratamiento psicoterapeútico y psicoanalítico de los transexuales. Este movimiento, largamente anti-freudiano, donde colaboran sexólogos, cirujanos y endocrinólogos, conduce a una primera teoría de la distinción del sexo y de la identidad de género por John Money, padre fundador de la sexología americana y especialista internacional del hermafrodismo: “La identidad de género es la experiencia privada del papel del género.”(1c) El sexo se convierte entonces en una identidad puramente biológica y la identidad no se define más que por el género. Money era favorable a una intervención quirúrgica y hormonal en el sentido del sexo de crecimiento, censado en general conforme al género. Sin embargo, su teoría fue rebatida por la acumulación de casos donde el sujeto optaba justamente por el ‘nuevo’ sexo que se revelaba en la pubertad. De aquí la polémica que le opuso en los años 70 a Imperato-McGinley, por saber quién, la naturaleza o la cultura, decide el sexo de las personas. Una novela reciente, Middlesex de Jeffrey Eugenides(2), situada justamente en esta época, cuenta las tribulaciones, entre otros médicos, de una joven hija hermafrodita, y la cara subjetiva de estas vicisitudes. Es en este punto donde se opera la unión con el psicoanálisis, por la intervención de Robert Stoller, quién se ocupa a su vez del asunto en los años ‘60 y que al igual que Money, generaliza a los transexuales ciertos resultados obtenidos con los intersexuales. Stoller introduce nuevas características de la identidad de género: el feeling o ‘sentimiento de identidad’, el ‘nudo’ de la identidad de género integrando al mismo tiempo la naturaleza y la cultura, sea la biología y la actitud de los padres, y en ruptura con el freudismo, pero influenciado por la teoría de la simbiosis madre-niño de Margaret Mahler, una identidad primitiva sin conflicto, análoga a una suerte de imprinting sexual por la madre (Konrad Lorenz), cuyos famosos transexuales ‘primarios’, los únicos ‘verdaderos’ según él serían los testigos ejemplares. Él crea, como Money una gender-clinic donde serán operados numerosos transexuales y donde será elaborada la teoría psiquiatrica actual de la ‘disforia de género’, cuyo tratamiento estándar es la administración de hormonas y la operación quirurgica. La segunda gran ola de la teoría del genero es la del transgenerismo, como política de la identidad de género a partir de los años ’70 y hasta hoy. El transgenerismo denuncia el dimorfismo sexual como puramente cultural, es decir relativo, y se apoya sobre la noción de ‘construcción social’ de genero, esta construcción llega a ser causa de todo lo que se produce en el campo sexual. Sus militantes politizan el debate mediante recursos jurídicos múltiples (que, en la Unión Europea, conducen al Tribunal de Estrasburgo) y le confieren una presencia cultural por la línea de performances artisticas espectaculares (en la línea del Bocy Art, pero no solamente). Según Castel este movimiento siempre activo tiene tres fuentes: La crítica sociológica que denuncia los gender clínic y su redefinición médica del transexualismo, la aparición en 1979 del best-seller de la feminista Janice Raymond, The Transexual Empire, que denuncia el peligro que los hombres operados se hagan pasar por mujeres y vehicula así una femenidad estereotipada, y, finalmente, los temas filosóficos de la ‘fabricación de sí’ (Foucualt) y de lo performativo (Derrida/Searle), que renuevan la concepción de la individualidad (Butler). Ahora bien, en numerosos paises el movimiento político transgenéreico ha reinvindicado ante la justicia poder modificar el estado civil de los transexuales en nombre de la privacy (derecho a escapar a las intrusiones del prójimo en la vida privada) que es el principio normativo de numerosas decisiones de la Corte Europea de los derechos del hombre, y de la self-ownership (la propiedad de si mismo) que es su correlato lógico. Se oponen aquí tanto la concepción ‘naturalista’ como la versión ‘simbólica’ del derecho. La primera, en Francia notablemente, ha optado por una doctrina de las apariencias que lleva a no aceptar en general el cambio de estado civil más que para los transexuales ya operados (lo que incita por tanto, no sin crueldad a los candidatos a la operación quirúrgica) y pudiendo probar que ellos no han elegido por propia iniciativa sino que han sido empujados irresistiblemente por una fuerza oscura pero no mórbida. De aquí la creación de un misterioso sexo ‘psicosocial’, medible en sus interacciones sociales congruentes con las apariencias de la persona y causa en el individuo de otra ‘naturaleza’ absolutamente mental, del sexo, que justifica su cambio de estado civil. En esta doctrina más bien idiota (¿El derecho está por otra parte conducido a resultados nefastos desde que intenta mimar la naturaleza allí donde justamente ella ya no está cuestionada desde hace mucho tiempo, al igual que por la adopción, otro ejemplo muy controvertido en Francia?) se opone una doctrina, simbólica, del derecho, donde Castel analiza las teorías a partir de las concepciones de Salas, quien se refiere explicitamente a Legendre. Este último es conocido por sus posiciones extremistas, afortunadamente no aplicadas. El ‘orden simbólico’ que él promueve situa en el principio de la humanidad la prohibición del incesto que él toma al pie de la letra: de hecho, los que la contravienen son simplemente calificados de ‘inhumanos’. Ahora bien, para él, están en este caso todos los que atentan contra la división ‘sagrada’ de los sexos: homosexuales, transexuales, clonadores o clonados, etc. ¡Son los rechazados de la humanidad! Uno se sonroja como psicoanalista de saber que el autor de estas teorías pretende extraerlas del psicoanálisis lacaniano. Pero, dice Lacan, la prohibición del incesto en el psicoanálisis, es decir el Edipo freudiano, no es sino un mito que permite a los psicoanalistas delimitar lo real, la realidad sexual del inconsciente y estructurar su experiencia clínica (por lo demás, el Edipo esta contestado hasta en el psicoanálisis y concurrido por otros mitos). Nunca ha sido cuestión de deducir de esto leyes positivas ni ‘a fortiori’ de juzgar ‘inhumanos’ a los que trasgreden esta prohibición. En cuanto a Salas ensalza una ‘función clínica del derecho’ con mirada compasiva: los transexuales son enfermos de los que ‘nadie niega el sufrimiento’, pero nadie va a arruinar por ellos la familia, la filiación y la alianza (si este fuera el caso, nos sorprendería incluso de que estas instituciones que tanto se quiere proteger sean tan frágiles). Uno puede preguntarse porque Castel juzga ‘quasi psicoanalítico’ (1d) esta posición insostenible. De hecho el derecho no tiene nada que ver con el psicoanálisis que, por otra parte, en su versión lacaniana posee una ética ordenada, según las palabras del propio Lacan, al deseo del analista, el cual debe ser capaz de vencer el miedo y la piedad, y se opone por tanto a toda ética de la compasión. Concluye Castel: ‘Como se ve, el desgarro por donde aumenta el replanteamiento del dimorfismo sexual es mayor que lo que pretende recomponer la versión naturalista, como la versión simbólica del derecho.’ (1e) No se puede más que desear que los juristas, capaces de ficciones legales alucinantes cuando se trata de bioética, inventen nuevas maneras de definir el estado civil que sean menos rigidas en cuanto al dimorfismo sexual. (3) La segunda parte del libro ‘Apories’, trata de los fundamentos filosóficos de la identidad personal tomando en cuenta el transexualismo, lo que es original en filosofía (donde se utiliza mas bien ‘las experiencias de pensamiento’ desencarnadas), y no es el menor mérito de esta obra enciclopédica. La evdidencia de la distinción del sexo y del género es puesta muy seriamente a prueba de las afirmaciones de un ‘yo’ que no puede testimoniar de su experiencia privada mas que citando aquella a la que el otro le ha asignado, pero que no prueba justamente nada (porque no se reconoce en el sexo que se le atraibuye). La tesis de Castel es que ninguna identidad personal es concebible sin la identidad sexual: el ‘moi’* eso que permanece invariable en toda peremutación sexual, proposición que demuestra a partir de ciertas experimentaciones literarias (Gautier, Michaux, Beckett) o filosoficas (la máquina ha llevado al fin los cuerpos de Parfit). Es, según él, solamente tocando a los ‘dispositivos de fondo’ que administra secretamente la prática ‘aparentemente asexuada del yo’ que lo solicita verdaderamente ‘los nudos que atan el yo, el cuerpo y el lenguaje’. ¿Qué son estas dispositivas del último plan? Es todo lo que permiten que sigan las reglas y que se cambien eventualmente, ‘lo inapercibido’ que bordea silenciosamente nuestros juegos convencionales, ‘la tela de fondo’ de certezas mudas del cuerpo que es anterior a todas nuestras afirmaciones identitarias y las encuadra a espaldas nuestras –aquellas contra las cuales se estrella el transexualista cuando debe cambiar no sólo su cuerpo sino también todo su contacto con el mundo. Contra el constructivismo relativista que cree que cambiar los nombres bastaría para cambiar las cosas, contra el rodeo de los estudios de seguimiento que justifican el tratamiento homono-quirúrgico de ‘las disforias de género’, Castel enlaza aquí con un esencialismo, no metafísico sin embargo, en la medida en que este fondo no es, según él un saber articulado y trasmisible. Este sería el plan de fondo que ensancha nuestro ser, y que hay que poner en paralelo con la manera como el nombre propio nos designa al modo de un designador rígido (Kripke): un fondo del que no podemos saber nada, ‘una verdad fuera de la descripción’, como lo que se puede deducir de la doctrina wittgensteinienna de la certidumbre, la diferencia sexual sería de este orden, pero no fundaría por lo tanto ninguna norma ya que esta certidumbre de último nivel no necesitaría ningun saber, ya que una norma es, justamente, dicho saber. Habría que poner en relación El Nombre del Padre de Lacan (1958) con un tal designador rígido queriendo ‘captar esta seguridad formal de la existencia, por la que la identidad personal es necesaria’ (1f). Castel concluye por tanto que ‘la diferencia sexual solida de lo que se cree’ frente a la ‘contraevidencia sabia del género’ (1g). ¿Por otra parte, frente a esta constatación filosófica de que existe una diferencia que se afirma alrededor de la razón, el psicoanálisis nos abre, gracias al inconsciente, un nuevo campo de saber sobre el sexo.? Es un punto sobre el cual Castel no se arriesga apenas a responder, aunque todo su libro, como declara por otra parte al comienzo debería tender hacia ello. Yo tomaría por tanto la cuestion a la inversa: ¿Se puede hablar de sexo en psicoanálisis sin hacer referencia a la diferencia de los sexos? Examinaré esta cuestión sucesivamente en la prática del psicoanális, desde el punto de vista de su teoría, para volver enseguida a la definición psicoanálítica de la identidad sexual. II.diferencia
de sexos en la práctica analítica Imaginemos la
siguiente ficción inspirada libremente del ‘test de Turing’ (4).
Un (a) analista recibe a alguien cuya apariencia no le permite adivinar si se
trata de un hombre o de una mujer cuya voz está disfrazada y que tiene un
discurso cuyas concordancias de género son aleatoriamente son masculinas o
femeninas. ¿Este analista reconocereía solamente escuchando a esta persona si
se trata de un hombre o de una mujer? Me parece que a veces sí, pero aun hay
que saber porqué y en qué sentido. Veamos dos cortos ejemplos: Ejemplo 1. Un joven me consulta porqué tiene muchas ganas de relaciones sexuales con la mejor amiga de su amiga, que él ama sin embargo sinceramente. Esto no es verdaderamente patológico, pero él se martiriza a causa de esta tentación que se prohibe satisfacer, porque va contra sus ideales familiares y sociales. Educado en las Antillas, en una familia muy unida, él apenas a salido de Paris del circulo de la comunidad criolla, de la que forman parte sus dos objetos de amor. Este deseo por la amiga es un obstáculo a su proyecto de matrimonio y de regreso a su país. Durante la primera entrevista él cuenta una anécdota: Un día en el que su compañera estaba ausente, él va a casa de su amiga para discutir la situación y ellos están a punto de hacer el amor.Ahora bien, y a pesar de su deseo, la abraza y vuelve a su casa corriendo, bajo el pretexto de que su hermano mayor, que permance en su casa, se pueda dar cuenta de su ausencia nocturna. Por otra parte, él es el pequeño de la familia después de su hermano mayor y de su hermana, quince años mayor que él: ‘Yo tengo dos madres y dos padres’, comenta. He aquí una situación que parece incontestablemente masculina y que se inscribe en el Edipo freudiano: el hombre jocen encuentra a la madre como obstaculo para la invención de otra mujer (desdoblamiento del objeto); el machete de la castración le viene encima y le inhibe en el momento del acto sexual (el hermano es el sustituto del padre castrador). Se trata esto en el cuadro psicología freudiana de la elección de objeto en el hombre. (5) Ejemplo 2. Una bella mujer casada quizás felizmente madre de tres hijos y satisfecha de profesión y de su vida social, me viene a ver porque sufre a pesar de todo un vacio inexplicabla que la obsesiona, y que ella distingue finalmente de la angustia. Ella no puede asociar aquí más que riendose de ella misma, una amor que sería trascendente al que ella ha conocido (ella nunca ha deseado engañar a su marido) un amor divino en cierto modo. No es dificil encontrar en este caso la feminidad ‘no- toda’ de Lacan, cuyo signo típico es el horizonte ilimitado de un placer que el phallus, sin embargo manifiestamente presente, no reduce. (6) En estos dos ejemplos puedo saber, a partir de su discurso, desde la primera entrevista y sin necesidad de apoyarme en otros indicios que yo tenía ante mí un hombre (freudiano) y una mujer (lacaniana). Finalmente, le reconocía como hombre o mujer a partir del hecho de que su deseo y su alegría se inscriben en un cuadro referencial para el psicoanalisis, que sea el Edipo freudiano o ‘las formulas de la sexuación’ de Lacan. Se trata por tanto de casos ‘clásicos’. Pero yo cuento también los temas en los que es dificil ordenar en estos paradigmas y en los cuales la sexuación, que supone o no explicitamente un problema, no se apoya forzosamente sobre el phallus el cual es subrayemoslo el centro de estos paradigmas. Se trata de casos de ambigüedad sexual, o de temas donde la sexuación está construida y no se sirve del phallus (ni de la castración que está a su alrededor). Por esto pienso que mi test inspirado en Turing no está siempre en la línea del psicoanálisis: Despues de años de análisis, incluso hay temas socialmente de acuerdo a lo que se llama por su genero, pero que yo haría bien en ordenar de un lado o del otro siguiendo las líneas clínicas –lo cual incita a buscar en otros… III. Diferencia de sexos en la teoria psicoanalíatica Desde un punto de vista freudiano dificilmente se puede hablar de la sexualidad sin hacer referencia a la diferencia de sexos salvo en trata las hijas como muchachos, como hizo Freud hassta 1925. Si tenemos en cuenta estas informaciones desde ‘Algunas consecuencias de la diferencia anatómica entre los sexos’, se debe hacer aquí referencia articulando el desarrollo a la anaatomía. Para Freud, ciertos conceptos, a priori universales, son sexuados, como la libido ‘masculina’. Dependiendo, se sabe, no acordaba grandes sentidos ni contenidos a las nociones de masculino y femenino. Desde un punto de vista lacaniano, es cierto que el número de conceptos (de los cuales muchos son tomados de Freud) no son sexuados, pero sirven de herramientas teóricas para cernir hasta donde cuenta la sexualidad. Utiliza aquí los cuatro conceptos fundamentales –el inconsciente, la repetición, la transferencia y la pulsión-, pero también de los ‘matemas’ (7): El tema del significante, el objeto a, causa del deseo o plus de goce, o incluso del síntoma, del fantasma, del deseo, del amor, del goce. Pero, Lacan llega a unir a los cuatro últimos el adjetivo ‘ femenino’ o ‘ masculino’. Hace falta hacer notar por lo tanto que estos calificativos estan siempre mediatizados por el phallus: Incluso si el goce femenino permanece ‘más allá’ del phallus, esto quedará como referencia. No hay por tanto aquí de lo masculino y de lo femenino más que la relación con dicho phallus que será despegado de su referencia anatómica progresivamente para volverse un significante, y después en una suerte de función proposicional. Pero, incluso bajo su forma “matematizada” (en el seminario Encore), la función fálica es también la función de la castración, y, clínicamente, no se podrá servir de esto más que buscando una conexión, en un momento de la historia del sujeto, con el complejo de castración. Si no, esta función fálica no tendrá más ningún sentido y se podrá aplicar a todo como falta o pérdida (que se reencuentra evidentemente en toda historia humana), perdiendo toda especifidad sobre lo que designa esta necesidad o esta pérdida. Es precisamente lo que nos lleva a una primera aporía del punto de vista lógico de Lacan en sus “fórmulas de la sexuación” ( la “lógica” consiste aquí en una escritura de la distribución de los goces del lado masculino y del lado femenino deducido de su discurso). En efecto, si, para Freud, la anatomía es el destino, es normal que no haya aquí más que dos sexos (rechaza, lo sabemos,la idea de un tercer sexo). Pero, desde el punto de vista de una lógica del goce, lo que es una diferencia fuerte, es más difícil de admitir que no haya aquí más que dos modos de sexo, en su referencia al phallus-lo que afirma Lacan. Salvo si, como acabo de decir guarda la referencia en la función fálica para un momento “anatómico” incontornable del desarrollo del sujeto. Pero entonces estas fórmulas no son sino trozos de pura lógica independiente de la anatomía y quedan muchos más apoyados en Freud en los que no se puede pensar. Una segunda aporía concierne a la clínica de las fórmulas de la sexuación, cuando se toma en serio las diferencias lingüísticas, psycológicas y sociales, y la manera sutil que tienen estas fórmulas para intentar captar nuestra atención. En efecto, estas definen los contornos lógicos del goce de cada sexo mediante dos propiedades características: el goce de una mujer, dice Lacan, es ilimitado cuando se toma en la función fálica, en tanto que la del hombre reencuentra un límite con el que topa y que supone el punto de excepción, el padre castrador. Lacan pretendía así desmarcarse de la lógica aristotélica de las clases definidas por un trato común que además desembocaba en una clasificación naturalista (definiendo los sexos por un rasgo anatómico). Incluso, en estas fórmulas, no se ocupa más de las clases “performativas”, es decir convocadas por un signifiante que las agrupe y las nombre, como “los patronos” para el sindicalismo o “las mujeres” para el feminismo (para tales clases, ninguna propiedad preexiste a la nominación). Quizás se ocupa de las multiplicidades reales o lo que Jean-Claude Mildner llama ‘clases paradoxales’ (8), es decir aquellas que resisten a toda comunidad de propiedades, en la medida donde lo que nos interesa de cada una, su goce, es justamente en tanto que es ‘radicalmente’diferente de otro cualquiera. . Por lo tanto, desde que se trata de caracterizar concretamente, y en general, lo que es la novedad o núcleo de estas formulas, el goce no-todo nos relumbra inevitablemente sobre los tipos: la mujer mística y la mujer frígida sin el saber –ejemplos de Lacan que transforma en rasgos comunes fuertemente restrictivos. Brevemente, se reencuentra precisamente lo que era inevitable. Si vemos lo contrario ser fiel a la intención de esta ‘lógica’ de la sexuación no anatómica, esto nos conduce a una clínica del caso que pone en relieve su singularidad y no su comunidad con los otros. Está ahí el interés del concepto lacaniano tardío de ‘sinthome’, que enlaza conjuntamente los dos extremos de la singularidad del caso y de la universalidad de la estructura a la cual todos puedan pretender. Yo propongo que esta idea responda a la cuestión expuesta más arriba y que permita hablar de sexo sin referirse primordialmente a la diferencia de estos (y por tanto, clasicamente, al phalus)** IV. Del sintoma
al sinthome*** El sinthome es un
término neológico (9), con el
cual Lacan califica el arte de Joyce en 1975, que toma el lugar de una nueva
concepción del síntoma que había introducido el año precedente en su
seminario ‘RSI’ (10). El
sinthome se opone a la multiplicidad de
los síntomas de donde sufre todo y todos y de donde viene eventualmente a
convertirse en análisis. El sinthome es lo que nos conjunta R, lo Real (el
goce), S, lo Simbílico (el lenguaje, el significante, la palabra), I, lo
Imaginario (el propio cuerpo, el sentido, las imágenes), y que sostiene por
tanto la realidad en su consistencia para un sujeto. Es por tanto lo que evita
la locura, o dicho de otro modo: si hay un problema en el nudo puede dar lugar a
una crisis de locura. El sinthome implica por tanto una nueva crisis de locura.
Se trata, con RSI y el sinthome, de una cuadruplicidad nueva con vocación
universal ya que los tres registros de lo Real, de lo Simbólico, y de lo
Imaginario son universales. Dependiendo la instancia que los anude, el sinthome,
es un estado más complejo. Si el nudo por el sinthome puede existir por cada
uno su existencia debe ser mostrada en cada caso de manera singular: no existe
sinthome ‘genérico’. El sinthome necesita pues un recurso de lo que tiene
lugar en la empresa del psicoanálisis, es decir en la clínica. ¿Esta idea tan
especulativa (la metapsicología última de Lacan) es el núcleo de la cuestión
del sexo en el psicoanálisis: ‘tener un sexo’ se reduce, al agobio del
dimorfismo de las apariencias corporales o a una dicotomía dualista del goce en
su relación al phalus, o bien, al contrario, teniendo en cuenta la subjetivación
del sexo, sea del ‘ser sexuado’ de cada uno en lo que su goce tiene de más
singular? En función de la respuesta que nos lleva a la cuestión de saber
‘si mi cuerpo sexual es mío’ cambia enteramente de sentido, así por
supuesto, las tentativas teóricas (en el nombre del gender) o prácticas (las
reasignacionees de sexo de los intersexuales y de los transexuales,
notablemente) de rectificar, ‘remitido a las normas’ el sexo y el genero o,
a la inversa, de contestar estas normas. El psicoanálisis de Lacan tiene en
esta visión una contribución enteramente original como aportación,
por otro lado la invoca hoy para sostener un orden sexual rigurosamente
bipolar, censado contra la amenaza de la disposición-guión de sí y su
sexualidad juzgada amenazante. ¿Cuáles son por tanto los componenetes conceptuales y clínicos de la idea de sinthome? 1.El minimalismo: el sinthome se obtiene por reducción a partir de la multiplicidad de los síntomas y no por construcción (en el sentido de las ‘Construcciones en el análisis’ de Freud). Es el mínimo que hace tener unida la realidad, lo simbólico y lo imaginario, o, todavía una vez más, lo que tenía la realidad subjetivamente consistete. He aquí porque se puede deducir de las deducciones sintomáticas sucesivas obtenidas en un análisis para el desciframiento y la interpretación, o bien aparece de forma clara en ciertos casos, sin psicoanálisi (como dice Joyce). Es único, pero resulta de los sintomas iniciales por transformación y creación. 2. El no-todo, el equívoco del sinthome: el sinthome está arraigado en la lengua materna, el niño que aprende a hablar queda marcado en su vida a la vez por las palabras y el goce de su madre (o de su sustituto). Resulta uina sujesión a la demanda como al deseo, al goce de esto, ‘la ley de la madre’ (11), de la cual se ha de separar. Esta ley de la madre heredada de las propiedades del goce femenino no- todo. Es una ley ilimitada. Por tanto este carácter no-todo está redoblado por el hecho de que la lengua materna, en la cual estan proferidos estos dichos primordiales, es ella también no-todo, para entender como constituida unicamente de equívocos, e ilimitada (12). Es un punto teórico importante: el no-todo no esta resevado a las mujeres en la medida en que en el síntoma del niño hay dos clases de no-todo: el goce femenino y el de la lengua materna, que se superponen e imbrican. El sinthome de cada uno es por lo tanto también no-todo. 3. El sinthome es separador: separarse de otro, primordialmente de la madre, como primer jefe, implica hacer la parte de su propio goce y de su propio deseo que, por tanto, están arraigadas de partida en este Otro. Es un proceso dificil por el cual freud no propone mas que la identificación, como medio de hacer un luto o de asumir una pérdida: se introduce el objeto perdido y se separa de esto guardando algunos de sus rasgos. La instancia freudiana separada de la madre y del padre edipicos, retomado por Lacan en los años ’50 como un nucleo superior, un ‘Otro del Otro’ el Nombre del Padre. Ya que la teoría del sinthome propone una alternativa al Nombre del Padre generalizando el poder separador que le había sido conceptualmente receptuado de partida. El sinthome permite al niño separarse de la ley de la madre apoyandose en una contingencia, que puede, con certeza, ser el pdre (su ley o un rasgo preelevado sobre él) pero que puede tambien ser un elemento mucho menos ‘familiar’ o édipico y toma prestado en la vida social un sentido mejor entendido. La inserción en la ley de la madre implica por lo tanto sintomas costosos del cual la transformación en sinthome permite la separación que habia con la madre (13). 4. La trasmisión entre las generaciones, se tiene la tendencia, después de Freud, en pensar la trasmisión entre las generaciones para identificar al niño con los padres (14). Pero la teoría del sinthome nos enseña que la identificación no es solo un juego en la trasmisión. Lacan habla de ‘prolongación del sintoma’ a proposito de Joyce y de su hija Lucia, esquizofrenica: Ella fabrica un sintoma que no es el mismo que el de su padre (ella se cree telépata, entonces Joyce hace de un nudo de ‘palabras impuestas’ la matriz de su arte-sinthome en Finnegans Wake), pero que en esto está la continuación lógica y agravada desde un punto de vista psiquiátrico. Se puede aproximar este ‘prolongamiento del sintoma’ a lo que el escritor Jonathan Franzen describe en su novela Les corrections (15): Los niños perciben los síntomas de sus padres y quieren escapar de esta situación. Pero están obligados a basarse en estos mismos sintomas para modificarlos, y, de esta forma fabrican un nuevo sintoma inesperado: en esta novela, ellos experimentan lo que el autor llama ‘una correción’. Mencionando alusivamente esta posibilidad bien distinta de la trasmisión freudiana, quiero sobretodo señalar hasta que punto es falso que se deba recurrir al psicoanalisis de las normas identificatorias entre las generaciones: hay lugares que se tejen en continuidad con los rasgos prominentes que están en circuilación en la vida social y que, comprendidos en un registro sexual, exceden de todo hecho este cuadro freudiano de la identificación con los padres. 5. El sinthome ‘cubre’ el Nombre del Padre: Las dos propiedades precedentes hacen del sinthome un concepto que ‘cubre’ (16) teóricamente el Nombre del Padre, en la medida en que el Nombre del Padre siente, como una ley trascendente para el sujeto perteneciente al ‘orden simbólico’, la perdida de su lugar central en la teoría. Encontramos aquí de manera contingente el hecho que el padre y la ley paterna pueden servir para fabricar un síntoma separador (ver el caso freudiano del pequeño Hans), pero no es ni la regla ni la norma. El Nombre del Padre conserva sobre todo un interés clínico: no es más que una modalidad particular de sinthome. El único principio que se debe admitir es de la prohibición de incesto en la medida en que es clinicamente revelado que la sujesión a la madre es patógena y que el sujeto busca una salida. Además, gracias a la noción de ‘prolongación del sintoma’, el Nombre del Padre no es más el único vector posible de la trasmisión padres/niños por identificación primordial al padre. El phalus, que acompañaba al Nombre del Padre en la ‘metáfora paterna’ (la reescritura lacanaiana del edipo freudiano) se convierte también en significado contingente del goce. No es entonces de ningun modo evidente que un sujeto sea obligado a inscribirse en la función fálica para subsumir su relación al sexo y a la sexuación: ¿El transexualismo no es un ejemplo eminente? Esta teoría modifica evidentemente nuestra manera de considerar las estructuras clínicas en psicoanálisis (neurosis-psicosis-perversión) ya que ella propone una nueva aproximación de la locura. Esto no quiere decir que estas estructuras sean inútiles, ni que haya que reemplazar el ‘viejo’ paradigma fálico del Nombre del Padre por el ‘nuevo’ paradigma del sinthome. Estas primeras referencias freudianas de Lacan permanecen valiosas dentro de numerosos casos pero la contingencia puntual de estas referencias se impone a veces a privilegiar la singularidad de los sintomas y su transformación en sinthome, en contra de las clasificaciones generales. Si se relativisa el valor absoluto de este cuadro clásico de referencia y de los prejuicios ideológicos que le acompañan, vemos aparecer un gran número de excepciones que se encuentran aquí muy mal y que exigen una atención sostenida a los elementos contingentes que contribuyen al sinthome, que pueden ser sociales y no solamente familiares. Incluso la diferencia de los sexos medida desde Freud según el sesgo del phalus debe ser considerada de otra manera. V. El sinthome es sexual: Algunas perspectivas para concluir La imposibilidad
de relación sexual, este famoso término de Lacan significa de una parte que
ninguna armonía natural preestablecida no se espera entre los sexos, como lo
sería un institnto animal, pero también, de otra parte, que no se puede
instituir que las leyes humanas convencionales respondan plenamente con lo que cada uno se reencuentra aquí como hombre o como mujer
(gracias al matrimonio, a la filiación o a cualquier suerte de contrato privado
por ejemplo). Ni naturaleza ni convención tienen aquí cabida. El sinthome se
convierte entonces en el último término que
hace lazo entre R, S e I que hace consistir subjetivamente la realidad por
oposición a la locura, pero también lazo al
otro, lazo social y finalmente lazo con el partenaire sexual.
De hecho que el sinthome une términos discordantes y heteróclitos, se
puede decir en el mismo ‘heteros’, comprendidos aquellos que se establecen
una unión entre sujetos homosexuales (¡Vemos la confusión pseudo psicoanalítica
que se extiende, cuando se habla de la pretendida dictadura de la mismidad en
las uniones homosexuales!) Al fin, aún más enturbiado, no necesita
forzosamente el recurso al phalus para caracterizar la sexuación. Es mucho,
esto no es lo que imaginamos deducir del psicoanálisis en el debate intelectual
contemporáneo, y, volviendo ahora a lo que está en juego de este númeroso
colectivo, se podrían concluir varias cosas. La idea que no existe nominación unívoca de realidad para lo simbólico rechaza radicalmente la idea que la sexuación de un sujeto sería fijada de una vez por todas por el Nombre del Padre. Se reencuentra por tanto esta última tésis con la ciertos psicoanalistas lacanianos; su correlato sería que la sexuación no esta nunca bien establecida en la psicosis ya que el Nombre del Padre no tiene aquí función. Así, la psicosis estaría fuera de sexo.(hors sexe) Ahora bien, si está claro que el phalus y la castración no juegan aquí ningun rol simbólico, esto no impide de ninguna manera al sujeto de elegir un sexo para otros sesgos sintomáticos, a menudo innovadores (17). Al resto, incluso en la neurosis y la perversión, y emplazandolos en el cuadro de la teoría lacanaiana de 1958 la significación fálica engendrada por la metáfora paterna no determina de ninguna manera por ella sola la posición o identidad sexual del sujeto, por otra parte siempre deja huellas de ‘mascarada femenina’ o de ‘el lucimiento viril’. Tal es el precio de irrealidad a pagar por quien ha elegido el campo del phalus. La relación de la neurosis con la castración puede hacer del phalus la herramienta privilegiada de su sexuación (como lo implican las ‘formulas de la sexuación’), esta herramienta no da respuesta a la cuestión: ‘¿Cómo situarme como niña (o como niño)?’ en contra, la ‘elección’ de sexo se situa en otro nivel, donde se cumple una suerte de decisión inconsciente pero no reductible, se ha visto, que ni en la anatomía ni en el ‘discurso sexual’ que nos asignan desde nuestro nacimiento, como hombre o como mujer imponiendonos sus categorías fálicas así, en lugar de una hipotética nominación unívoca de la sexuación por el Nombre del Padre –teoría simplista a menudo promovida por razones ideológicas-, la observación clínica nos lleva a tener en cuenta de una inscripción sexual distinta, esto se debe a ‘equivocos impuestos’, a menudo tomados en el discurso materno, y que incumbe al sujeto interpretar. Son tales equívocos los que dan su desarrollo formal al sintoma del sujeto, a menudo por el sesgo de un fantasma intermediario, y tiñiendo de ambigüedad la ‘elección’ de una identidad sexual. He aquí una breve ilustración, que debe su prestamo a La Bâtarde de Violette Leduc.Ella describe su relación revanchista con su madre. ‘Ella me ofrece cada mañana un terrible regalo: el de la desconfianza y de la sospecha. Todos lo hombres eran unos cabrones sin corazón. Ella me fijaba con tanta intensidad durante su declaración que yo me preguntaba si yo era un hombre o no.’ (18). Aquí el sujeto, tomado en el discurso materno, tiene la elección entre dos posiciones: la victima potencial de los hombres que abusan de las mujeres (posición asumida por la madre de Violette) u otra más improbable que adopta de cara a la mirada intensa de su madre, la del atormentador masculino. El psicoanalisis tiene pues los medios de pensar la difencia de los sexos y la identidad sexual apoyandose por otra parte en el phalus. La teoría lacaniana del sintoma ofrece una alternativa articulando una nueva cuadruplicidad (R,S,I, Sinthome) que nos permite pensar las relaciones entre los sexos y las generaciones sin hacer referencia necesariamente al Nombre del Padre y al phalus como a las normas trascendentes de un orden simbólico coincidente con una nueva ‘ley natural’. Gracias a esta teoría, se puede sin duda evitar los prejuicios morales y políticos que parasitan ciertas cuestiones de sociedades en ebullición, que se ponen en las lindes del siglo XXI: el estatuto de ‘la salud mental’ y de la límites de la propiedad del cuerpo pero también las legislaciones del matrimonio, de la filiación y de la adopción. Nos queda por ver si estas reflexiones pueden iluminar a los actor directos de estos debates evitando las prevenciones falsas sobre la contribución a esperar de la especulación y de la observación psicoanalíticas. (1).
P.-H.Castel, La métamorphose impensable.Ensayo sobre el transexualismo y la
identidad personal, París,
Gallimard,”NRF”,2003,index, cronología y bibliografía. |